Los recuerdos de mi infancia
son por demás muy felices,
siempre atados a mi mente
incrustados como raíces.
Me suele ocurrir de pronto
que vienen a mi memoria,
para agitar emociones
fundadas en mi propia historia.
Son remembranzas de un tiempo
tan puro como dichoso,
que bien vale recordar
para reverdecer de gozo.
Los amigos de la escuela
y los chicos del potrero,
son los primeros que asoman
si me pongo sensiblero.
Después los viejos juguetes:
El trompo, el yo-yo, el balero,
me dieron tal regocijo
que olvidarlos yo no puedo.
La mancha, como la escondida
y el juego de la bolita,
junto a la firme constancia
para pegar figuritas.
Los soldaditos* de plomo,
el “mecano”, los autitos*
que rellenos con masilla
corrían más rapidito*.
Tampoco puedo olvidar
a la querida pelota,
a pesar que muchas veces
se volvió con la derrota.
Pero se estaba creciendo
en constante agitación,
y otras nuevas sensaciones
motivaban mi razón.
Y así no puedo evitar
esa dulce evocación,
de la niña de ojos tiernos
que partía mi corazón.
*Licencias poéticas.
*Licencias poéticas.
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Jorge Horacio Richino
Copyright.
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