Cuento de amor y de guerra
Una joven mujer contemplaba extasiada a aquel soldado que, sentado sobre el umbral de la puerta de los restos de una casa derruida, meditaba en silencio sin reparar en la hermosa mujer que continuaba mirándolo fijamente.
De pronto la joven se acercó y le dijo:
- Hay algo que pueda hacer por ti ?
A lo que el soldado respondió:
- Estoy muy triste, lejos de mi casa, de mis padres y seres queridos; la guerra es horrible y tras todo eso me siento muy solo.
No te aflijas -dijo la mujer-, aquí en el pueblo y con la guerra acechándonos, todos nos sentimos igual. Sin embargo y pese a verte a ti y a otros de tus compañeros tan apesadumbrados, nosotros los habitantes de este sitio, pensamos que les debemos muchísimo por lo que han hecho y hacen por protegernos del enemigo.
Estas palabras le hicieron recobrar un poco el ánimo al soldado, y pudo reparar entonces en la belleza de la joven, y se le iluminó aún más el rostro. Fue allí cuando le pidió si podría cumplirle un deseo, ya que la muchacha había demostrado tan gentilmente su voluntad de hacer algo por tan desinteresados guardianes.
- Tengo por costumbre besar a mi madre
todos los días, al levantarme y acostarme, eso me da mucha suerte, además de alegrarme el corazón y quisiera hacerle llegar un beso pero no puedo ni siquiera escribirle ya que hoy estamos con problemas y esta noche parto con un escuadrón a un frente de combate a
La mujer le respondió:
- Dame tú un beso a mi que yo esta misma tarde lo estamparé en un papel carta y allí mismo expresaré el mensaje para tu madre, y se lo enviaré de inmediato por correo.
Luego de darle la dirección de sus padres y solicitarle que colocase como remitente su número de identificación (2409) por si pudiera extraviarse la carta, el muchacho se acercó a la joven e inmediatamente y sin poder contener sus impulsos, quizás un poco desmedidos, le dio un profundo beso en la boca, que parecía nunca terminar.
Ambos quedaron embelezados y después la chica se fue a cumplir con lo prometido.
Por la noche se escucharon muchos ruidos, de vehículos, de tropa, y de voces que impartían precisas ordenes.
La joven, que ya había cumplido lo prometido, no pudo darle aviso al soldado y se quedó mirando desde la oscuridad los movimientos del escuadrón.
De pronto, en una oscuridad casi absoluta, los vehículos se pusieron en marcha y desde un camión que transportaba un numeroso grupo de soldados, dos ojos que parecían destacarse del resto, sobresalían por su intenso fulgor, tan brillantes que hicieron sonreír a la muchacha, y su corazón brincó de alegría al tener por seguro que no sería muy lejano el regreso al pueblo de todo el escuadrón y más aún de aquel joven que ya había comenzado a ocupar un lugar importante en su vida.
Luego de diecinueve días de intensos combates, con el fin de evitar que el enemigo pudiera tomar aquella localidad, el regimiento regresó afortunadamente sin bajas y en buenas condiciones para continuar cumpliendo la misión de proteger -in situ- el pequeño pueblo que ya comenzaban a sentir, un poco, como su propio hogar.
Podrán entonces suponer los lectores - al haber nacido un profundo sentimiento entre los protagonistas de este cuento - que los días posteriores fueron de mucha felicidad y alegría para ambos.
Moraleja: Los avatares de la vida te llevan a situaciones tan crueles e injustas como la guerra. Sin embargo dentro de todo ese sacrificio, sufrimiento y dolor, no dejan de aflorar -principalmente entre los más jóvenes- las cosas que son naturales a la raza humana; y se liberan los sentimientos y las pasiones que comúnmente hemos recibido por tradición, cultura e instinto.
Serie: *Cuentos desinspirados*
Autor: Jorge Horacio Richino
(Todos los derechos reservados).
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